La fórmula mágica de
la felicidad no existe, ya que cada persona es feliz a su manera y tiene que
confeccionarse la felicidad a su medida, lo que si es cierto es que esa
felicidad está hecha de sabiduría y bondad. Está demostrado que no hay verdadera
felicidad sin esa sabiduría esencial y sin esos conocimientos que aplicamos con
mayor o menor acierto en nuestra vida cotidiana, ya que son los que nos llevan
a tener tantos momentos gratificantes, de plenitud y de gozo.
La felicidad es
un mecanismo bioquímico que se activa en el cerebro mediante los
neurotransmisores del bienestar, y nuestro fin es activar esos
neurotransmisores con conocimiento y sabiduría en la vida que nos ha tocado vivir. (Siempre ha sido así).
Sabiduría es vivir plenamente
cada instante, es tener una mente reprogramada para vivir tu existencia en el
mundo como un regalo y como una oportunidad única. Es darse cuenta de que
debemos estar al mando de nuestra propia vida y que nadie puede hacerlo por
nosotros, es tener los pies en la tierra y buscar soluciones ante la
adversidad, fomentar al máximo nuestros pensamientos, sentimientos o actitudes
positivas, ser conscientes, humildes y agradecidos, es cultivar el buen humor y
el amor, no sufrir inútilmente, hacer el bien y sobre todo tener un ‘porqué’ y
un ‘para qué’ que motive nuestra vida. En definitiva, vivir en plenitud. Como
dijo el filósofo griego Aristóteles: “Bastarse a sí mismo es una forma de
felicidad”.
La sabiduría se
adquiere viviendo y cometiendo errores, ya que muchas veces es el sufrimiento
que ocasionan los cambios indeseados o incorrectos lo que nos hace sabios. La
persona sabia no se emociona demasiado con los éxitos y tampoco le afectan
mucho los fracasos porque no cree en ninguna de las dos circunstancias por
separado, sino en ambas como dos opuestos necesarios para crecer.
La persona sabia también tiene la
capacidad de poder distinguir lo importante de lo intrascendente y de poder ser
feliz disfrutando de lo que tiene (aunque sea poco). Además sabe que la
realidad está llena de ilusiones pasajeras que despiertan el interés de la
mayoría, pero que cuando se materializan hacen desaparecer el entusiasmo por
ellas.
Las personas sabias
son tranquilas, se toman su tiempo y no pierden los nervios en situaciones
críticas. Tampoco compiten porque consideran a todos como iguales (diferentes
pero iguales). No se preocupan mucho por su aspecto porque lo llevan puesto y
no lo consideran un valor agregado, saben que la apariencia es una pérdida
inútil de energía y de tiempo (que no es real). Además se ocupan de las cosas
del presente y sólo se acuerdan del pasado para no cometer dos veces los mismos
errores.
Sabiduría significa
capacidad de empatía, de tener compasión y de dar sin esperar nada a cambio,
ser estable emocionalmente y tomar decisiones coherentes. Significa conocerse a
sí mismo, tener la virtud de la paciencia y ser siempre tolerante hacia los
valores de los demás.
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