El karma es la ley
espiritual de las causas y los efectos. Mucha gente cree que la vida está
regida por el karma. Según esta ley, hemos venido a este mundo a aprender a
amar, a tolerar, a aceptar y a ser compasivos, y nuestra recompensa estará
basada en las acciones de nuestra vida. El buen karma depende de la pureza de
las intenciones, esto quiere decir que al hacer un buen acto no hay que pensar
que nos lo deben de agradecer de alguna manera, sino que lo haremos de corazón
sin pedir nada a cambio.
El que ama es amado,
el que ayuda es ayudado, el que critica es criticado y el que daña recibe lo
que ha causado (dolor). Todo lo positivo y lo negativo nos vuelve multiplicado.
Requiere el mismo esfuerzo amar que odiar, pero cambia el resultado; amar nos
sana y eleva, y odiar nos anula y destruye. Quien hace el bien
incondicionalmente conoce la dicha. El amor que no des en esta vida es el
sufrimiento que te esperará más adelante.
El karma es como una
pelota, que cuando la arrojas a la pared, siempre rebota. Nadie escapa de sí
mismo, fuera de ti no hay refugio; todo lo que le causemos a otra persona o ser
vivo volverá a ti mismo. No solo la acción física genera un karma, también lo
hacen los pensamientos, por eso es tan maravilloso poder pensar antes de
actuar. Sabiendo esto, podemos decir que la única salida para tener un buen
karma es pensar bien y hacer el bien siempre.
Ya que siempre
recibiremos la repercusión de nuestras acciones, tenemos la obligación de ser
los maestros de nuestra propia vida. Cada uno es responsable de lo que le
sucede y tiene el poder de decidir lo que quiere ser. Lo que eres hoy es el
resultado de tus decisiones y elecciones en el pasado, lo que seas mañana será
consecuencia de tus actos de hoy. Nadie escapa a la ley de causa y efecto, lo
que sembremos será lo que cosechemos; somos responsables de cada pensamiento,
palabra y acción. Aquí y ahora podemos decidir a comenzar a hacer el bien.
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