Tarde o temprano y debido a nuestro condicionamiento, todos sentimos culpa. Este sentimiento de culpa nos puede llevar a intentar reparar nuestros errores, pero también puede amargarnos la vida. Para liberar la culpa debemos poseer un concepto de nosotros mismos resistente y positivo, y mantenerlo más allá de la aprobación o desaprobación de cualquier otra persona. Al avanzar hacia esa meta es de vital importancia el modo en que pensamos acerca de nuestra conducta, sobre todo en los momentos en que nos empeñamos en condenarnos a nosotros mismos sin ningún motivo sólido, ya que con esto lo único que conseguimos es multiplicar ese sentimiento de culpa.
Lo importante es saber distinguir entre responsabilidad y culpa. Responsabilidad es la capacidad que tenemos de respuesta frente a las consecuencias de nuestras acciones o también por otros hechos que no se relacionen con nosotros. Y la culpa es la que se atribuye a alguien cuando causa un daño o delito independientemente de la responsabilidad que asuma; por lo que no tiene sentido que una persona se sienta culpable si no ha cometido ningún delito. Esto es algo que por ejemplo la iglesia católica debería replantearse, ya que esta gente lleva cientos de años empeñándose en que tenemos que sentirnos culpables de algo; ¿Culpables de qué, de vivir?... No tiene ningún sentido.
Los sentimientos
propios de culpa llevan a la idea de castigo; y la culpa ajena, a la venganza.
La culpa que sentimos es simplemente el resultado de nuestro propio juicio, es
una ‘lucha’ entre lo que hemos hecho y lo que creemos que deberíamos de haber
hecho. Y es que surge mucha culpabilidad cuando creemos que es verdad cada
pensamiento que se nos pasa por la mente. Ahí justamente es donde debemos tener
más cuidado, porque la mente nos puede traicionar, nos puede hacer creer cosas
inexistentes y maximizar una situación normal hasta el hecho de sentirnos
profundamente culpables. Está claro que nuestro juicio o nuestros valores nos
orientan en nuestra conducta, pero si los aplicamos rígidamente o sin la
suficiente flexibilidad, nos pueden hacer la vida imposible.
Cuanto más culpa se
sienta, menor será la autoestima. Ten presente que un mal concepto de uno mismo
es una profecía que casi siempre acaba cumpliéndose; por lo que nunca debemos
autocondenarnos. Lo ideal es aprender de nuestras acciones, no sentirnos
culpables por ellas; porque lo que hemos hecho ya no se puede reparar pero si
evitar en otra situación similar. Si simplemente aprendiésemos a comprendernos
y a perdonarnos, nuestra conducta tendería a mejorar y nuestra culpa a
desaparecer. En cambio, si seguimos condenándonos sin piedad, nuestra conducta,
nuestra autoestima y nuestra culpa tenderán a empeorar. Para liberarse de la
culpa hace falta coraje, honestidad, perseverancia y vivir consciente,
auténtica, responsable y activamente; pero puede hacerse.
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