La empatía es el reconocimiento y la comprensión de las emociones ajenas. Es la capacidad de darse cuenta, de compartir o de sentir los sentimientos de la persona que tratemos. Ser capaz de conocer lo que le afecta a los demás y de qué manera puede mejorar notablemente nuestras relaciones de pareja, las relaciones con nuestros hijos, con nuestros amigos… e incluso con gente desconocida. De hecho, muchas situaciones o relaciones no serían lo que son si no hubiésemos aplicado la empatía en ellas. Y es que nuestra propia consciencia ya facilita empatía, porque cuanto mayor es la conexión con nuestras emociones, mayor es también la facilidad para conectar con los sentimientos de los demás.
“El reconocimiento pleno de los sentimientos indeseados es el primer paso para superarlos”
Nathaniel Branden
Nathaniel Branden
El nivel de empatía de cada uno puede depender de la educación que hayamos recibido. Si un niño crece rodeado de adultos infelices, su sistema nervioso quedará programado para la infelicidad. Una infancia con falta de afecto, desatención o maltrato puede influir en la carencia de empatía, pero no es determinante. Simplemente podemos mostrarnos más empáticos si nos concienciamos del daño que pueden producir nuestras acciones en los demás, si vemos lo beneficioso que resulta ayudar a alguien cuando lo necesita, si nos comunicamos, si nos compenetramos o si nos vemos reflejados en el otro. Una infancia alimentada de antipatía no tiene por qué influirnos ahora. Si eres incompatible con la violencia, la ira o el enfado… puedes sentir empatía.
La ausencia de empatía es propia de la gente infeliz, de la gente que carece de sentimientos y remordimientos como los maltratadores, los psicópatas, los agresores sexuales, etc. De alguna manera, la empatía va ligada en parte a la felicidad, lo que quiere decir que esta clase de “personas” nunca podrán ser felices. Estos son casos extremos, pero en nuestro entorno vemos situaciones a diario en las que aplicando un poco de empatía se resolverían mejor, por ejemplo cuando un padre humilla verbalmente a su hijo, cuando un profesor ridiculiza a un alumno, cuando nos dan igual los males que le ocurren a otra persona… etc. En estos casos simplemente hay que interesarse, comprender, respetar, escuchar, aceptar, dialogar, no ofender… Y el cambio que se produciría en nuestro interior y en la otra persona sería sorprendente.
“Tratar a los demás es un fiel reflejo de cómo nos tratamos a nosotros mismos” Ana Isabel Saz Marín
Compartir con los demás nuestras vivencias o emociones y que ellos las compartan con nosotros es algo que nos acerca al bienestar y a la felicidad, es lo que nos hace humanos. Lo ideal sería sacar a la luz lo mejor que yace oculto en el interior de cada persona, pero si no es así, como mínimo podremos fortalecer lo mejor que hay dentro de nosotros mismos. Ten en cuenta que casi todo se contagia: la serenidad inspira serenidad, la bondad inspira bondad, la franqueza inspira franqueza, la felicidad inspira felicidad y la empatía inspira empatía… Así pues, cuando vivimos partiendo de lo mejor de nosotros mismos, más posibilidades tenemos de extraer lo mejor de los demás.
gracias por el tema muy lindo y con mucha enseñanza.
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